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CUANDO DEJA DE LLOVER

 
         Sentada en aquella silla, leyendo un libro de recuerdos. La vida pasa despacio. Espera a que lleguen las nueve, no tiene prisa. Hay demasiado humo en el ambiente. Su café se quedó ya frío. Se da cuenta de que sus gafas están muy sucias. Las limpia con la monotía de los actos demasiado habituales.
         Sigue leyendo, siguen pasando los minutos. No se imagina el final del libro. Siempre le gustaron los finales tristes. Levanta un momento la vista y ve al camarero que limpia la mesa de al lado. La pareja que la ocupaba acaba de irse. Eran muy jóvenes. Le asalta un recuerdo, la primera vez que estuvo en aquel café. Su compañía de aquella tarde. Y se da cuenta de que la vida, en realidad, no pasa tan despacio porque hace ya más de dos años de su primera visita. Entraron por casualidad, porque ninguno había estado allí antes. Y ocuparon la misma mesa en la que ella se sienta ahora, en la que siempre se sienta. Está en el rincón, debajo de una lámpara de cristales. Y recuerda aquella tarde en la que fue feliz. Y piensa en que los finales tristes deberían darse solamente en los libros. Se abre la puerta que está empañada. Entra un hombre que se dirige a su mesa, la besa casi inconscientemente en la mejilla. Se miran los dos sin disimulo alguno; hacía mucho desde la última vez. Ella se fija en su mano derecha y ve la alianza. Siente como se le contrae el estomago por dentro. -Qué ironía- piensa- un poco de oro une dos vidas para siempre y separa, para siempre también, otras dos-. Baja los ojos y mira sus zapatos mojados por la lluvia que ahora cae en la calle. Vuelven a mirarse cada uno desde su nuevo mundo pero esta vez sus ojos ya no se entienden. Charlan de cosas vanales, sin importancia. Entonces ella se da cuenta de que se perdieron, aunque no sabe bien dónde, ni cómo. Y siente ganas de salir corriendo y de dejarle allí sentado con su alianza. Pero no va a hacerlo, está muy bien educada. Sonríe al pensar esto. El equivoca su sonrisa con un coqueteo y le coge la mano. - Aún te quiero- le dice. Ella asiente dándole a entender que ya lo sabe. Y siguen hablando hasta que el reloj que hay encima de la barra da las once. Entonces ella dice que tiene que irse. Pagan la cuenta y se dirigen a la puerta. Desde allí ella echa un último vistazo al café y decide no volver  nunca. Ya no tiene sentido. Se despiden una vez fuera, llevan caminos distintos. Ella besa de nuevo, esta vez en los labios. Un beso suave, apenas un roce. - Llámame- le dice. Ella asiente y se despide con la mano. Sabe que no va a llamarle y piensa que él también lo sabe. Empieza a caminar calle arriba. La vida sigue su curso. Mira un momento hacia el cielo y se da cuenta de que ha dejado de llover. Baja la mirada hacia el suelo y ve correr el agua por la calle que se pierde por una alcantarilla.-El agua se lo lleva todo -piensa- se lleva hasta el amor-. Coge su móvil y borra de la agenda un número de teléfono. Recuerda aquella frase que leyó en un libro: "Cuando el amor se acaba para siempre, el olvido debe ser para siempre". Y empieza a olvidar o continúa olvidando, mejor. Porque empezó a olvidar hace ya tiempo, hace más de dos años. Una tarde que entró en un café que no conocía. Con un hombre al que tampoco conocía. Y en  ese café se enamoró, para siempre, de aquel desconocido. Y desde aquella tarde, sin que él tuviera que decírselo, supo que tenía que olvidarle. Y así está ahora, olvidando. E inmediatamente se arrepiente de haber borrado aquel número del móvil. Y desea, con todas sus fuerzas, que vuelva a llover. Pero no llueve. Pero no olvida.- Es demasiado pronto- se dice. Tiene razón, porque aún siente en sus labios aquel roce de hace unos minutos.- El tiempo lo arregla todo- continúa diciéndose. Ahora se engaña, porque el tiempo no cura nada. Porque el olvido, a veces, es imposible. Sobre todo cuando olvidas que te enamoraste para siempre.
  

Arrúa