www.cubodedonsancho.org: TRIBUNA ABIERTA.
SANTUARIO DE LAS BATUECAS
Punto de partida y llegada: El Portillo Tiempo estimado: 4:30 horas ida y vuelta Dificultad: Media Distancia aproximada: 5 km ida y vuelta Necesario: Agua para el camino, mochila donde llevaremos algo de comida, calzado cómodo (recomendables las botas), no olvidéis la cámara de fotos y el protector solar.
Dirección: la Alberca, debemos
continuar por la carretera por la que hemos entrado en el
pueblo el cual atravesaremos sin desviarnos, en dirección a
—las Batuecas
El recorrido comienza a la derecha de la carretera, por donde desciende un camino que sigue en todo momento las líneas del tendido eléctrico, por lo que no tiene pérdida. En un principio el sendero salva un gran desnivel, discurriendo entre abundante vegetación de árboles, pero en breve el camino prosigue entre peñas y monte bajo, suavizando el descenso, en ese momento se abre ante nosotros un paisaje de gran belleza, la naturaleza ha sido generosa con estas tierras, nos encontramos caminando por la loma de la montaña, dejando a ambos lados laderas escarpadas, con valles estrechos y profundos, en la ladera que queda a nuestra izquierda podemos observar la carretera que desciende al Santuario. Si alzamos la vista al frente descubriremos como los relieves montañosos se dibujan en el horizonte y se van superponiendo en diversas formas ondulantes en perfecta armonía, creando un paraje idílico de envidiable belleza.
Poco a poco vamos abandonando la
loma de la montaña para descender por la vertiente que queda
a nuestra derecha, ahora los desniveles son mayores,
podemos realizar el descenso en línea recta siguiendo los
postes de la luz (así lo hicimos nosotros) o avanzando por un
sendero que serpentea por la falda de la montaña, haciendo
que el descenso sea más paulatino y cómodo.
A medida que descendemos la
vegetación va siendo más rica y variada, caminamos entre
brezos, jaras, encinas, pinos, robles...y otras especies. A
continuación se va abriendo debajo de nosotros el precioso Valle
de las Batuecas, permitiéndonos una panorámica del Santuario
de San José de Batuecas (habitado por Carmelitas
Descalzos) desde donde obtenemos una vista aérea del muro que
rodea al Santuario, con sus cipreses custodiando el lugar, así
como de sus jardines que se extienden por todo el recinto y de
las edificaciones que allí se encuentran. Una vez acabado el
descenso nos encontramos frente a la puerta del santuario,
previamente debemos cruzar un puente de piedra situado sobre
uno de los arroyos del lugar.
A partir de aquí las
posibilidades son diversas, nosotros continuamos al lado del
muro que rodea el monasterio y que desciende al Río
Batuecas, por aquí discurre un sendero que en un
principio tiene la peculiaridad de estar tapizado por las raíces
de los árboles que se alzan al lado del río, el paisaje en
el que ahora nos encontramos está adornado de un verde
intenso lleno de vida, se trata de un valle fértil, donde la
frondosa vegetación nos ofrece un concierto de árboles,
arbustos, plantas y flores dignas del jardín más hermoso,
invitando a la espiritualidad y al retiro, en la parte
posterior del monasterio sale un camino que atraviesa un
arroyo por un puente de piedra, más adelante cruzaremos una
puerta metálica que delimita la propiedad del monasterio, en
unos minutos podemos llegar a los Canchales del Zarzalón
y la Pizarra donde observaremos unas pinturas
rupestres, o simplemente continuar por el camino que discurre
paralelo al Río Batuecas. Es el momento de la contemplación
y la admiración, el lugar donde nos encontramos perfectamente
puede definirse como un paraíso envuelto en un ambiente lleno
de vida y de magia, es importante dejarse llevar por las
sensaciones que desprende la naturaleza en cada rincón de
este gran jardín.
Continuando por esta senda podemos
llegar a la Cascada del Chorro (a unas dos horas), pero
esto lo dejaremos para otra ruta.
El camino de vuelta requiere un
pequeño esfuerzo para subir la ladera, por eso debemos
iniciarlo con calma y descansando siempre que sea necesario,
el esfuerzo merece la pena. Ramón Sevillano Arroyo |